viernes, septiembre 01, 2006

Efecto post-laboral

Ya he regresado de Alicante, lo que supone en cierto modo el fin de mis vacaciones, por ello he escrito un texto acorde con las fechas. Es un monólogo "humorístico", corto y llevadero, he repetido con esta temática para ver si de este modo os tomáis mejor la noticia que os traigo.

Desde el día de hoy, no mantendré un ritmo fijo de escritura, las razones son simples, en menos de un mes darán comienzo las clases y no dispondré del tiempo suficiente para crear como hasta la fecha. Pese a ello prometo que contareis con algo nuevo todas las semanas, algunas tendréis mucho que leer y otras poco, pero siempre encontraréis unas pocas letras dedicadas.



Yo no se vosotros, pero por mi parte no puedo dejar de mirar el calendario, y no penséis que soy de esos que crucifican a los pobres números con tinta roja, pero visto que dentro de poco me toca retomar los estudios empiezo a valorar más esos minutos de relajación en la cama tras despertarme. Y mirar que no poseo un colchón de látex, pero cada mañana cuando pienso que nada me obliga a levantarme, lo disfruto como tal, si señores, me siento uno de los hombres más afortunados sobre la faz de la cama.

Pero dejando a un lado mis más profundos anhelos, lo que me mueve para escribir esto es una enfermedad que he descubierto tras analizar con microscopio lo que los expertos denominan como "síndrome post-vacacional", dicen que se produce por el brusco cambio que sufrimos tras las vacaciones, en las cuales podemos dormir, comer y hacer lo que nos venga en gana con una puntualidad inexistente. Si analizamos algunos de los síntomas que este mal produce, falta de concentración, fatiga, irritabilidad, tristeza, insomnio, trastornos digestivos..., llegaremos a la conclusión de que muchos sufren lo que un experto,osease yo, llamo "síndrome post-laboral". Supongo que ahora el que menos se estará riendo de lo lindo por mi ocurrencia, pero cualquiera que centre su atención en un adulto de 35 años de edad con un par de hijos durante el mes de vacaciones veraniegas terminará dándome la razón.

A lo primero que se ha de enfrentar un padre de familia es al traslado, o lo que viene a ser lo mismo, dejar su pequeño y acogedor piso de la capital para introducirse en un apartamento homologado para uso exclusivo de liliputienses, pero no me quiero adelantar, ante todo tenemos que tomar el coche, y escojo el coche porque si tengo que describir las catástrofes derivadas que puede producir el tomar un autobús, tren o avión me monto un monólogo optimizado por Fidel Castro. En este punto a ninguno nos cuesta imaginar a un señor introduciendo maleta tras maleta en su diminuto utilitario mientras los vecinos observan asombrados la capacidad de carga que tiene ese coche que Mary Poppins le regaló por su pasado cumpleaños. Apartando la fantasía a un lado, queda claro que este coche no posee un maletero mágico, lo que sucede es que nuestro protagonista ha jugado demasiadas horas al Tetrix a lo largo del año preparándose para este momento.

Ya tenemos todo y emprendemos el viaje, no pasa más de una hora antes de que algún miembro de la familia se de cuenta de que se le ha olvidado algo tan esencial como puede llegar a ser una horquilla. Todos sabemos que este acontecimiento se repite una y otra vez en diferentes puntos del camino, y cuando mete primera por quinta vez en el día el pobre ya padece dos de los síntomas, fatiga e irritabilidad. Esta última se va acentuando a lo largo del trayecto con la ayuda de los angelitos que no desean quedarse quietos en sus putos asientos.

Una vez han depositado las maletas en el hogar de los amigos de Gulliver, le espera una sorpresa al desdichado, los suegros se han venido sin avisar, no le queda otra que callar y tragar, si tragar, porque le ha tocado una de esas arpías simpáticas que tienen como único objetivo cocinar, pueden imaginar a lo que esto conlleva, efectivamente, trastornos digestivos. Pero esa grata visita no termina tras haber pasado cinco horas en el baño, le queda afrontar la noche junto a los ronquidos de la abuela que ridiculizan a los potentes equipos de música empleados por la discoteca de la esquina, si tu eres capaz de pegar ojo con este panorama, házselo saber, te estará muy agradecido.

Creo que mi tesis ya ha sido lo suficientemente reforzada, por lo que me dispongo a finalizar exponiendo mi propia teoría sobre lo que al "síndrome post-vacacional" se refiere, pues no es más que una invención de esas pobres almas deseosas de tener unos auténticos días de vacaciones en sus mullidas camas tras un fatídico mes.

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