viernes, noviembre 16, 2007

Fin

Ya nada importaba, el sonido de la tierra sobre aquel lecho de seda y pino eran su destino final. Ya nadie barajaba la posibilidad de que se levantara riendo mientras la grúa descendía la caja, nadie tenía esperanza alguna en que el sacerdote les dirigiera un simpático "inocentes" durante el oficio.

Todos recordábamos cómo el féretro había sido transportado entre llantos por sus seres más queridos hasta el altar desde el oscuro coche que lo recogió en el velatorio. En este tétrico lugar pasó la última noche inundado con un halo de vida en la muerte. El frío mármol de la estancia había carecido de compañía alguna hasta que él acudió a esa aciaga cita tras haber sido encontrado en su sillón.

Un pitillo y un libro fueron sus únicos acompañantes en esa última hora en la que su corazón dejó de latir. La sangre era bombeada despacio y sus pulmones recolectaban una deficiente cosecha de oxígeno. Hacía ya trece meses que el doctor le había descrito aquella dura escena con todo lujo de detalles, y él no le quiso creer. Prefirió aferrarse a la falsa idea de que su salud y fuerza eran equiparables a la de su juventud. Quiso esconderse en esa época en la que subir a la mayor cumbre no le suponía esfuerzo alguno.

No quiso darse cuenta de que su cuerpo y mente estaban ya más cercanas a esa cruel infancia en la que lo más pequeño resultaba un imposible y el sonido de cada palabra era nuevo una y otra vez. Incluso el tan conocido retumbar de la cabeza de su madre al ser golpeada repetidamente contra la pared por su padrastro le ha habría resultado una nueva experiencia. Su mente estaba en blanco cómo la del niño que acaba de nacer.

De fin a principio

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