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Una vieja poesia


Su vida comenzó en aquel frío invierno,
teñido de nostalgias perdidas como agua,
en el que su mudo llanto retumbaba eterno
como el martillear del hierro en la fragua.

Y ahora está tendido ante mis muertos ojos,
de los que florecen diamantes por tristeza,
mientras el sol agoniza de color rojo,
en señal de su pesar, inclinando la cabeza.

Su inerte mano está ahora tendida,
sin movimiento, sola, con sus lamentos,
parece mentira que si antes el acha asía
el Amazonas temblara, permanecíendo atento.

Ahora solo me queda hacerle compañia,
verle a mi pesar ahogándose en su desdicha,
sin poder luchar como lo haría en vida
pues la muerte le arranca poco a poco su dicha.

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